El museo es un espejo

Los museos son como una escuela, lo que en parte es muy bello pues insinúa libertad de aprender a partir de las conexiones simbólicas que puedes crear y la extensión de tu campo cultural y de deseo, y por otra un poco macabro, pues también es un espacio de normalización.Aprendes a continuar lo que no quieres o no sabes, se muestran situaciones de poder. Confío en Luis Camnitzer, el museo de arte puede ser otro tipo de escuela. Para mí el arte hace más que solo ser. Lo que ha sido influenciado por mi cercana relación con MARCO. No tenemos que tenerlo todo resuelto desde el inicio, sino que vamos construyendo el saber, entre la relatividad del conocimiento, nuestros siempre cambiantes contextos y los estímulos creativos, por ejemplo, el mismo museo. El museo siempre podría ser escenario expandido para el encuentro de subjetividades, con libertad y estímulo creativo.
He batallado para escribir esta memoria, en algún momento quise que fuera como un diario de encuentros, pero comenzó a parecer dosier, después una autobiografía en crecimiento, después manifiesto. Por suerte he estado leyendo a Sergio Pitol y Vila-Matas, que de alguna forma me han sugerido que repita el intento hasta llegar a encontrar lo que realmente quiero decir. Lo que es complicado, pues para mi MARCO has sido como un amigo de toda la vida, tengo relación con el Museo desde que abrió, y como con esos buenos amig@s.Te conoces en todos los beneficios y dolores que implican el cariño y el amor. Cada vez que reescribí el texto, pude que quitar cosas, pero simultáneamente otras se agregaron de manera que esto comenzó a parecer una tarea que no tenía fin.Por fin entendí, que como con esos amig@s, nunca te conoces del todo, ni te ves completo, te ves por momentos, y eso crea espacios. Espacios que activa el dialogo, como el museo, como para decir que desde niño disfruto tocar el mármol de MARCO, especialmente el de las escaleras, con un placer teletransportador, hace que mi cuerpo sepa que está ahí, presente desde niño a la exposición actual. Lo que no evita que, a la vez, me guste la pieza de Andrea Fraser en que se restriega contra las columnas del Guggenheim Bilbao como crítica, y desear algún día verla expuesta en MARCO.

Fui de la primera generación de talleres de verano para niños, hice mi servicio social en el Museo, llevo 11 años de voluntario, y, antes que nada, soy un visitante que siente tanta confianza en el Museo que por momentos lo veo como mi taller. Comencé a eliminar las anécdotas de esta memoria para intentar compartir algunas actitudes y descubrimientos, incluso, platicar de algunas de las piezas que he realizado ahí (casi siempre sin permiso del Museo), pero de nuevo comenzó a crecer descomunalmente, todo está ligado. Lo que quiero decir es que para mí el Museo ha sido una escuela, un taller, mi estudio, escenario de interacciones. Un espacio que entiendo como una posibilidad de diálogo, con la obra expuesta, con los visitantes y trabajadores, con la realidad. Soy de las personas que pueden visitar la misma exposición 20 veces, y es que, en cada una conversación, hasta las exposiciones que no te gustan o entiendes, te muestran algo de cómo son los demás y cómo abordan la vida, a la vez que te enseñan de ti. El Museo es un espejo, y eso quisiera compartir.

Una anécdota
Esos primeros talleres de verano para niñ@s fueron espectaculares, recuerdo haber hecho la vestimenta de un “personaje” para teatro con Miriam Medréz. Con Javier Marín esculpimos a “Dennis”, un busto de un chico mexicano rebelde punk, inspirado del entonces enigmático Dennis Rodman. Gerardo Azcúnaga y los Hermanos Quiñones me introdujeron otra dimensión al collage matérico e incitaron el intento por ampliar la realidad, pero lo que quiero contar en lo que sucedió con Segundo Planes. El día final del trabajo bajo su tutela debíamos llevar cosas que nos interesan (como objetos de poder) para usar en nuestra pintura, yo tuve cita con el dentista y llegué tarde, así que los compañeros ya habían elegido sus bastidores, y solo quedaban uno muy pequeño y uno enorme. Claro que elegí el enorme. Llevaba mis soldaditos de plástico inyectado, algunas imágenes de revistas (luchadores y muchachonas), y una bandera de la cruz roja que extrañamente encontré en casa entre las cosas de mi papá. Segundo me ayudó y colocamos el bastidor que ha de haber sido como de 2 x 2 m en el piso de mármol, a un lado de la fuente, sin miedo, pegué la bandera en el centro y luego los soldaditos parados sobre las fotos de revistas y cerré con algunas salpicaduras de pintura roja tipo Pollock (a quién no conocía entonces). Ahora pienso que parecía una escena de Liliana Porter (ojalá la traigan pronto). Planes dijo se enamoró del cuadro, y me lo pidió de regalo, a lo que accedí. Quizás Segundo solo quería el bastidor de 2 x 2 m. Lo interesante fue que nos escuchó la coordinadora de educación (antes de las queridas Indira y Marla). Al ver el interés de Segundo, inventó una regla y nos dijo que no podía llevársela, pues todo lo que hacíamos en el taller era propiedad del MARCO. Cosa que a pesar de mis 8 o 10 años me pareció muy sospechoso, pues todo lo que hacíamos nos lo llevábamos a casa (así es como “Dennis” aún vive conmigo). Dejó de existir el Premio MARCO, Marcelo Aguirre nos visitaba desde tan lejos de ride por la carretera, yo tuve mi primera pieza en una colección de un Museo, claro, sin crédito ni gloria. ¿Dónde estará? ¿Tendrá mi nombre? Lo más seguro es que no. Quizás hubiera sido mejor darle el bastidor al maestro. Pero aún la recuerdo.

Un descubrimiento
Entré como voluntario al Museo por invitación de mis queridas amigas de facultad Mirna Garza y Sarahí Lara, para trabajar en la revista interna, el Boletín de voluntarios, que antes se imprimía, pasó a ser una publicación digital y ahora es un blog. Fue muy bello conocer a Edna Catalina Cano y Margarita Rodríguez, quienes básicamente cargan la revista en su corazón y hombros, y ver que todos los diseñadores de la revista éramos de Diseño Industrial, en ese tiempo también estaban Vanessa Cantú y Luis Carlos López. Diseñar la revista era difícil, porque el departamento de diseño del Museo nos daba muchas restricciones, lo que restaba creatividad, y poco a poco eso causó que, ante mi rebeldía, se me dieran más oportunidades de escribir y a veces hasta entrevistar algunos artistas (definitivamente un antecedente de mi proyecto de Alteridad). Todos los voluntarios recibimos capacitación, acceso libre al Museo, y recorridos con los artistas y/o curadores a las exposiciones. Lo que siempre he visto de un valor incalculable a vida y mi formación. Muchos amigos artistas me han criticado mi larga estadía como voluntario, sin embargo, creo que cualquiera que quiera hacer arte, está privilegiado de ver arte constantemente y tener esas oportunidades de recibir contexto de los artistas. Eso en ningún momento elimina el poder de la visita, que es donde sucede la conversación. Un ejemplo de esto fue la exposición Cardiff & Miller, de la que estoy seguro que nadie visitó más veces que yo, salvo quizá los guardias de sala. Estaba fascinado con la multiplicidad de lenguajes, la complejidad de capas de información narrativa, a la vez que su crítica de la realidad. Al fin, casi todas las piezas eran puestas en escenas de fragmentos de su vida convertidos en investigación artística y cultural. Recuerdo que en una charla que tuvieron con los voluntarios, comentaron que procuraban “hacer piezas que ellos mismos querían ver, y que intentaban que sus soluciones parecieran, por medio de la tecnología, ser mágicas”. Me enamoré de Opera For a Small Room, iba y procuraba escuchar la ópera completa, a veces buscando fragmentos específicos que se me había escapado o deseaba volver a percibir y pensar, a veces para ver a los visitantes reaccionar. Debía escribir un texto sobre la exposición, pero estaba demasiado revolucionado, necesitaba otra configuración, y mi texto se convirtió en una continuación de esa opera. Según nos contaron, la pieza surgió cuando compraron una colección de discos en una tienda de viejo y venían firmados por un R. Dennehy. Ellos intentaron construir una narración a partir de los discos para conocer ¿Quién era Dennehy?, y acabaron escribiendo un opera contemporánea acerca de una historia de amor interrumpido. Como mucho de lo que percibía me llevaba a reconocer otras historias de mi propia vida, quise continuar la conversación, y me sumé a la pregunta, ¿Quién es R. Dennehy? Realicé una narración tipo recortes de notas de revistas, en que propongo otra evidencia sobre la identidad de Dennehy y su historia. Se hizo claro que las conversaciones entabladas en el Museo, comenzaron a demandar en mí una respuesta.
Los invito a leer el boletín de voluntarios donde encontrarán mucha información y recursos acerca de las exposiciones, es un modo de compartir ese ejercicio de contextualización:

https://museomarco.wordpress.com/

También los invito a leer “¿Qué están construyendo ahí dentro?”:
https://museomarco.wordpress.com/2019/03/08/que-estan-construyendo-ahi-dentro/

Una colaboración

Los museos de arte tienen un tendón de Aquiles, muchas veces su corazón son los programas educativos, pues plantean el puente de la institución a los visitantes fuera del marketing, pero no terminan de realizar que los programas educativos pueden crear comunidades que pueden ser más duraderas que las mismas exposiciones (ejemplo es el voluntariado de MARCO). Y eso en sí, ya es una producción creativa esperando que alguien llame arte. Desde mi experiencia, aunque dar recorridos no era mi responsabilidad como voluntario del Boletín, comencé a disfrutar dar recorridos, así como dar clases, talleres, conferencias, no puedo negar que cada una de ellas es una oportunidad para la performatividad de la puesta en escena, el encuentro, el presente. Cada recorrido o capacitación, en mí se convertía en un laboratorio para conocer más la obra de las exposiciones, conocer más a los visitantes, y formas de hacer vínculos, desde un ejercicio creativo que podía ser muy sutil, como el simplemente diseñar un discurso, elegir una secuencia de piezas, hacer una broma, plantear algo muy serio y profundo, para dar voz a los demás, compartir la emoción que me crea aprender por medio del arte.Conocer a los demás y verme en su espejo complejo.

En algún momento por ahí del 2017-18, comenzamos a crecer en confianza Tania Martínez Baez, Jennifer Furukawa y Verónica Meza (que eran las encargadas directas de mediar los programas educativos en los procesos en que participo). Comenzamos a idear una serie de actividades que transcendían el formato de taller o capacitación, para intentar compartir procesos creativos horizontales a partir de las exposiciones. Para precisamente, a partir de tener más herramientas para acercarse a las exposiciones, aproximarnos a nosotros mismos en una invitación creativa. Procesos totalmente subjetivos con rigor de la investigación y creación, pero sin pleitesía a eso que muchos visitantes suelen decir de los museos: que son intimidantes, que son imposición, que son representaciones soberbias de poder. No pretendo insinuar que solucionamos algo, sino que comenzamos a compartir una serie de preguntas para convertir nuestro museo, el que tanto queremos en un espacio verdaderamente público, y pensar el arte en relación con lo que hace a nuestra percepción de realidad, más que como una realidad a percibir. Empleamos herramientas como las cartografías, playlists, principalmente el diálogo con volúmenes narrativos, libre, colaboración a otros artistas, obtuvimos permisos para usar espacios del museo de otra forma, como, por ejemplo, usar el cuerpo, bailar y movernos en una sala vacía (porque estaba en montaje), para prepararnos a platicar “de y a partir” de la abstracción (Nos visitaba la colección del MACG).

Muchas veces pensamos en el arte como visual, pero el arte es la voz de todo el cuerpo, al punto que el teatro expandido cita influencias de como el arte visual, desde las vanguardias, intentaba retomar el cuerpo sobre la visualidad. Cuando caminamos por el museo, no solo vemos, sino que percibimos con todo el cuerpo, y a veces lo más memorable de la visita es algo que escuchaste a otros decir, o ese momento en que descansaste y tocaste el mármol de las escaleras y te pareció un espejo más nítido que el agua de la fuente, o el del baño.

Asumo la responsabilidad de seguir esas preguntas e indagar más, de saber que no hablamos de certezas sino de formas de acercarnos, de compartir, como las exposiciones que visitan al museo, como las ideas que nos inundan y puedes probar con los amigos, que el museo de arte es una plataforma. Es un encuentro, es un espejo, es una escuela de la otredad. Cuando visito cualquier museo, siempre “me pongo dispuesto” pero no a aprender lo que me dicen, sino a sentir y relacionar con mi contexto y bagaje, que me pide que esta sea una experiencia creativa.

Para despedirme, dejo unas ideas que me gustaría platicar con el MARCO la próxima vez que lo vea, aunque siempre estén en proceso:

1
El museo es un espacio de encuentros, una plataforma, un escenario, un espacio común del ensueño. El encuentro es una configuración de posibilidades. El museo es un espacio de posibilidades.

2
El museo es una escuela, tiene sus afiliaciones y presiones políticas, pero a la vez, es una casa de juegos en la que lo importante, enseñar a ver esas formas de poder, para proponer pensar otros modos de hacer y vivir, siempre cambiantes.

3
El museo es una herramienta más para aprender a vivir.

4
Todos somos artistas, porque todos participamos en la estructura social. El museo nos ayuda a ver como configurar nuestra participación de pasiva a activa. Buscar a identificar y apropiarnos de nuestra vida en libertad.

5
El arte no debe usarse como propaganda colonizadora. La cultura no son las Bellas Artes, sino la forma en que configuramos vivir. Es un ejercicio. El arte es a veces huella de como vivimos, a veces crítica de cómo vivimos, a veces planteamiento de otras formas de vivir. Si el arte se usa como propaganda, huele mal, la única constante es compartir a aprender, transformar, valorar. El museo que no participa sinceramente en esto, huele mal.

6
En el arte el tiempo no es lineal, no hay un progreso, sino una continuación de las preguntas básicas de la vida, que se lleva a cabo en una caótica y bella danza de sincopes y sincronías. ¿Qué es la vida? ¿Por qué estoy aquí? ¿Quién soy? ¿Cómo, por qué? ¿Cómo sería si supiera otras cosas? ¿Cómo no condicionar el futuro, como no suponer que sé sobre él? ¿Cómo aprender? ¿Cómo estar en el presente?…Son preguntas muy complejas, a veces es más efectivo intentar responderlas desde los encuentros, y llevar esos reconocimientos a la reflexión y acción. El museo puede ser cómplice, pero no debe intentar sentirse como poder, ni en lo más nuevo o “chido” o “Valioso”. El museo es cómplice de mostrar otras formas para continuar vivos. Mostrar “arte” y dejar que se haga arte.

7
El museo no es una obra de arte, es una práctica cultural. Es un espacio de debate, una puesta en escena siempre cambiante, no por los que están en poder, sino por lo que necesitamos voz.

8
Los que van al museo no son públicos generales o especializados, son humanos, visitantes, Da aliento, ese visitante puede ser un gran artista, o un mal ser humano. No podemos como museo ni como sociedad discriminar. Cada configuración, proceso, nuestra forma de hilar nuestra subjetividad es valiosa, las personas somos las valiosas. Somos los alquimistas, los que transformamos todo, cualquier cosa en otra.

9
El museo de arte es un espacio para tener cuerpo. No es un espacio exclusivamente visual.

10
Aunque lo que sucede en el museo es importante, no es solemne. Lo importante es aprender y crear, y eso a veces es ruidoso.

11
No olvidemos que el museo es un contexto. Puede serlo relativo y memorioso, como somoslos visitantes.

12
El museo puede enseñar a romper las reglas.

13
El museo de arte puede ser un espacio en que te sientes a gusto.

14
El museo puede ser un lugar que reúne personas para compartir estrategias.

15
El museo es un espacio público.

16
El museo es un espejo. “

Luis Frías

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