“En este 2020 una nueva realidad nos ha tomado completamente por sorpresa, en un instante un enemigo invisible se ha encargado de acechar la salud del mundo entero, logrando transformar el equilibrio de una vida relativamente normal y tranquila por una vida limitada al confinamiento en casa. Nuestra consciencia colectiva se ha llenado de incertidumbre y temor pensando en lo que el futuro inmediato inevitablemente nos depara, sin lograr imaginar aún las consecuencias que las nuevas normas sociales (o más bien antisociales) nos dictan para sobrevivir como especie y así consecuentemente asimilar la reinterpretación …o más bien resignación del significado de “normalidad”. Este texto, no hablará de la pandemia, ni de conspiraciones para controlar la economía mundial, ni mucho menos de la existencia de extraterrestres. Este texto hablará de nuestro Museo MARCO, y digo “nuestro” porque creo que muchos de nosotros, independientemente si somos o no originarios de Monterrey, hemos tenido la suerte de haber crecido con él, no solo como parte de su público permanente o como estudiantes de artes visuales en algún momento, pero también, en referencia generacional, en mi caso particular, como el artista emergente que busca su lugar a finales de los 90s y durante la primera mitad de la década del 2000.

El Museo MARCO es considerado uno de los museos más importantes de toda Latinoamérica, brindado a su público el nivel de más alto de exposiciones de artistas contemporáneos nacionales, así como internacionales, labor que ha mantenido exitosamente desde el primer día que abrió sus puertas al público, un 28 de junio de 1991. Recuerdo que visitar MARCO era como sentirse en casa, uno se llenaba con un sentido de pertenencia, quizás sea por la forma en que el mismo Museo te recibe con sus grandes puertas, salas y corredores que invitan a descubrir siempre algo nuevo, o quizás sea esa luz que caía de lo alto recordándote que a veces se nos pasa por alto voltear hacia arriba, o aún más, quizás sea esa combinación de colores brillantes como los acentos de un Rosa Barragán en un paisaje terracota que sólo Legorreta podría crear.

En cada visita acostumbraba a tomar notas mentales o si había oportunidad trazaba mini bocetos en cuadernillos baratos o quizás incluso hasta tomaba algunas fotos aquí y allá (¡Sin flash, claro!). Cada vez que visitaba el Museo iba con mucha inquietud y quizás hasta ansiedad porque iba con la determinación de encontrar respuestas referentes a la relación de la obra que en ese momento se exponía y mi propio quehacer artístico, siendo la persona autocrítica que soy, esto me causaba muchos conflictos en mi proceso creativo, pero si algo recuerdo bien es que me daba cuenta que esas preguntas tan inquietantes desaparecían por completo al final de mi visita, pues inconscientemente terminaba siempre en un estado total de asombro y siempre en paz e inspirado, sabiendo que después de asimilar las conclusiones de la visita, volvería pronto para intentar de nuevo confrontarme a mí mismo y destrabar mis ideas.

Quizás con base en esta experiencia, como director del TEP (ahora Esc. Adolfo Prieto de CONARTE del 2006 al 2011), propuse la necesidad de reestructurar los programas de los talleres de Pintura, Grabado y Escultura, con la ayuda de artistas de estas disciplinas y maestros tanto invitados como del mismo TEP. Estos nuevos programas aparte de contener los temas básicos de cada técnica se complementaron con clases teóricas como Historia del Arte, la cual requería continuas visitas al Museo MARCO a lo largo del tetramestre para conocer y discutir no solo los principios o conceptos de la clase de Historia del Arte, si no también para que los alumnos tuvieran la oportunidad de desarrollar su sentido crítico de apreciación estética en referencia a la exposición que en ese momento recorrían para así aplicar lo que ellos pudieran considerar como una contribución a su discurso como estudiantes de artes plásticas. Siento que este era un momento crítico en su formación; y esta práctica de visitar el Museo MARCO daba como resultado una propuesta cada vez más interesante y variada en las exposiciones finales de nuestros programas. Nada de esto hubiera sido posible si no contáramos con un museo del nivel de MARCO.

En el 2001 tuve la oportunidad de impartir un par de cursos en MARCO, (“Arte Conceptual y Pintura Avanzada” si mal no recuerdo) justo después de terminar mis estudios de Artes Visuales en la Academia Real de Bellas Artes en Bruselas, Bélgica. Tenía apenas un año de haber regresado a Monterrey y con el nerviosismo normal que uno puede tender en ese primer día de clase cuando pasas al frente y 20 pares de ojos te observan detenidamente, logré establecer distintas dinámicas que ayudarían a desarrollar o complementar distintas obras y conceptos a las propuestas de los alumnos. Fue una experiencia muy importante para mí porque al final creo que ambas partes aprendimos y crecimos juntos, tanto como alumnos al igual que como maestro o más bien un dedicado asesor.

Sin duda, una de las consecuencias más devastadoras de esta pandemia, después del increíble número de pérdidas humanas alrededor del mundo, es ver como muchas de las grandes instituciones del arte han sido obligadas a cerrar sus puertas al no contar con los recursos necesarios para continuar sus actividades por la falta de recursos. Me inquieta mucho pensar que el Museo MARCO llegara a estar en esta posición, formando parte de una lista, no de especies, pero espacios en riesgo de extinción. Me preocupa una ciudad sin museos como una noche sin poemas, pero me preocupa más que al final de este escrito nos quedemos con la impresión de que esto es algo inevitable.

Yo tengo Fe que las cosas van a cambiar, tengo Fe que vamos a superar este tal COVID y tengo Fe que juntos podemos hacer algo para ayudar a que el Museo MARCO no desaparezca. Esta es mi invitación a que juntos participemos en esta misión de rescate antes que sea demasiado tarde, por el bien de nuestra ciudad y por el bien de nuestras generaciones futuras.”

Carlos Limas @calo70

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